Ni el rastreador más experimentado apenas hubiera localizado la sombra que se ocultaba entre los árboles. Era su territorio, y era su especialidad: cazar. Dentro de su gente era de los mejores tiradores, y eso significaba no fallar nunca. Había sido entrenada para moverse como una pantera en silencio. Nadie escapaba de su arco, y la mayoría no sabían que había pasado cuando ya estaban cerrando los ojos a la vida.
No era común que una princesa elfa desempeñara un papel en la custodia de alguna zona. Pero ella era especial y siempre había hecho lo que deseaba. No porque fuera una princesa, sino porque seguía su instinto y su corazón. Desde niña siempre había destacado con el arco y no quería desaprovechar su habilidad perdiendo el tiempo con nobles protocolos.
Oculta en la copa de un árbol observaba y escuchaba a su alrededor. Llevaba el pelo suelto, enredado con hojas de árbol, de un color azabache que casi parecía azul con los reflejos de luz. Sus orejas delataban su sangre élfica, y sus ropajes de cuero adornados con motivos de hojas lo confirmaba. Ella siempre patrullaba esa zona del bosque, la zona que hacía de linde entre el mundo real y las Tierras Salvajes de las Hadas donde vivían sus primos los eladríns.
Normalmente estaba sola patrullando y no necesitaba a nadie más para proteger la linde, y mucho menos en casos como ése, cuando alguien se acercaba sin molestarse en ocultar el sonido de sus pasos. Era insoportable que alguien rompiera la armonía del bosque, siempre en silencio y susurros de viento caminando de aquella forma que parecía tan estruendosa. Se le llevaba oyendo desde hacía unos minutos y parecía llevar un par tranquilo y despreocupado por el tiempo que estaba tardando en llegar a esa posición. Tras unos minutos por fin apareció en el campo visual de la elfa, y ésta ya tenía su arco listo, esperando a dar el disparo de advertencia.
El humano que apareció no tenía aspecto de ser un guerrero, y mucho menos de ser alguien poderoso. Vestía con calzas, botas altas de piel y una extraña túnica sin mangas y con capucha, abierta por ambos laterales de cintura hacia abajo permitiendo mayor comodidad a la hora de caminar y sujeta por un cinto lleno de bolsillos. Llevaba una espada larga a la cintura, además de un cuchillo, pero ambos parecían tener las correas de seguridad puestas, como si no fueran a ser utilizados.
Lo que la elfa no podía adivinar es que se trataba de un mago innato, también conocido como mago de palabra. Estos magos, un tanto especiales, eran repudiados por muchos y admirados por otros, ya que no usaban libros de conjuros ni aprendían fórmulas mágicas para realizar sus hazañas. Solo necesitaban manifestar en su mente un pensamiento del efecto mágico que querían causar y conjurar una palabra adecuada a ese pensamiento. Así, un mago de palabra nunca olvidaba conjuros tras lanzarlos, porque nunca tenía que aprenderlos.
El humano era un invasor y había de ser expulsado o eliminado.
La elfa dejó que sus dedos acariciaran la cuerda de su arco y apuntó al suelo, justo entre las piernas el humano invasor.
Lo que ocurrió en ese momento la sorprendió, ya que la flecha al llegar a una cierta distancia del humano hizo un giro brusco hacia abajo y quedó clavada en el suelo, a dos metros del humano, y no donde debía haberse clavado. En ese momento el humano levantó la vista hacia su posición, pero no la posición que ocupaba cuando disparó, como habría hecho cualquier intruso, sino a la posición que había tomado mientras la flecha ejecutaba su vuelo.
- Es de mala educación atacar a alguien sin que se lo espere -. Dijo el humano.
La elfa sin dar crédito a cómo había sido localizada, y sintiendo su orgullo herido, lanzó otra flecha, esta vez al cuello del humano.
En esta ocación la flecha no fue desviada de su trayectoria, pero el humano susurro una palabra que la elfa no llegó a escuchar y, a menos de un metro, la flecha se desintegró en el aire.
Convencida así de la naturaleza mágica de aquel extraño humano, la elfa salió de su escondite, en la rama principal de un gran roble, y miró fijamente al mago. Nunca antes había descubierto tan descaradamente su posición, pero sentía que aunque podía ser una trampa, aquel hombre mágico no tenía intenciones hostiles.
- Mi nombre es Kyra, y custodio estos territorios elfos y la entrada a las Tierras Salvajes de las Hadas -.dijo con voz profunda -. Esta prohibido el paso a los extranjeros, ¿qué buscas?.
- Te busco a ti, princesa Kyra del reino de los elfos - contestó el mago con una sutil sonrisa -. He venido desde muy lejos para encontrarte pues corres un grave peligro y mi destino está ligado a tu protección. No tengo nombre, aunque se me ha llamado de muchas maneras, pero puedes llamarme guardián pues esos es lo que voy a ser para ti a partir de ahora.
En ese momento, la mirada del mago cambió y en sus ojos Kyra pudo ver lo que el mago decía. Vio hombres sedientos de poder y gloria persiguiéndola, mercenarios en busca de su cabeza y cosas aún peores interesadas en ella.
No comprendía lo que estaba viendo a través de los ojos del extraño mago, pero supo que decía la verdad, supo que corría peligro y que debía hacer algo si quería descubrir por qué su vida valía tanto como para que un desconocido recorriera medio mundo en su busca.
Entonces bajó del roble y sin decir nada se despidió de su patria, pues sabía que si ella permanecía ahí, su gente correría grave peligro.
Se acercó al mago y sintió un aura de devoción y protección fluir hacia ella. Y, sin plantearse lo que había ocurrido en unos minutos como para cambiar enteramente su vida, sus labios se movieron solos:
- Vamos Guardián, guíame y descubramos quién osa soñar con dañarme.
Y así comenzó un viaje que duraría una eternidad. Lleno de peligros y conspiraciones, Guardián y Princesa recorrerían el mundo luchando juntos para descubrir un destino que compartían, pero que a la vez desconocían.
Palabras, Libro I